Para todos es patente el dramático estado de inseguridad que padece la nación: la ciudad más peligrosa del mundo, aquí; el crimen organizado más despiadado e influyente, aquí; los índices de secuestro (ya atroces antes, entre el primer y el segundo lugar en el mundo) se multiplican (dicen las estadísticas no oficiales) alrededor de un dos mil por ciento (¿puede ser más descabellado?) en este gobierno federal; puede que seamos el primer país en el tráfico a personas (pero si no se ven no importa, claro, políticamente irrelevantes)… Sí, basta curiosear un poco, para (tras las cifras oficiales, ya escandalosas) descubrir un mundo escalofriante, inhumano y bestial de crímenes e inestabilidad social.
Según las últimas estadísticas serias el porcentaje de delitos denuncias es mínima y la impunidad muy alta, una completa locura; ¡sorprendente! La desconfianza en el Ministerio Público y en la policía (en el sistema que debería protegernos, única justificación de su existencia), era una barrera infranqueable.
Pero el problema no es la delincuencia, ni la impunidad emanada de un sistema judicial sin justicia, ni la prepotencia y omnipotencia oscura de las Fiscalías, todo esto no son más que síntomas, síntomas de una política pervertida en una lucha de partidos por el poder, donde las personas son manipuladas y valiosas solamente para la adquisición de votos, donde la nación es una maquinación al servicio del poder, donde la sociedad es la recua que sostiene el peso y las consecuencias toda la farsa.
Sí, fútil y doloroso empeño es seguir combatiendo los síntomas mientras crece y medra la enfermedad, desviando ésta la atención del afectado hacia los síntomas que provoca, proponiendo una y otra vez las mismas soluciones a problemas que no quiere solucionar. Debemos retornar al limpio sentido del gobierno servicio, luchando contra el establecido espurio gobierno poder.
Al quitarnos la información, hacen de su feudo fértil ocasión para su provecho. La búsqueda y selección de los mejores para desempeñar puestos claves en la sociedad se hace sustancial en el proceso de regeneración; el aislamiento nacional forzado por el poder debe ser definitivamente aniquilado; la verdadera participación social (especialmente por áreas de competencia) se hace fundamental.
En el caso de la seguridad, no permitamos la monopolización del poder y la corrupción (tiranía) en un mando único, sería esto un gran paso hacia atrás en la estructura y aplicación de métodos probos y técnicos apropiados. No permitamos que los jefes de policías estén designados por el político de turno, ese jefe debe salir necesariamente de los mejores de las propias corporaciones.
Hoy terminaremos el ensayo con esta advertencia: la monopolización del sistema de seguridad a través del mando único, significaría la monopolización de la inseguridad y el control de la policía, manu militari del poder, que seguiría al servicio de las políticas de turno, no de las personas, su razón de ser.
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