Por Andrei Rodríguez 09/01/2023
Lázaro Cárdenas del Rio fue presidente de México entre los años 1934-1940, es recordado por ser el gobernante que expropió el petróleo, crear la escuela socialista mexicana y su inclinación a la izquierda por las causas sociales. Por lo tanto, su figura es símbolo ineludible de cualquier zurdo ya sea comunista, socialista, socialdemócrata o progresista. Sin embargo, desde que somos niños, se nos enseña con un discurso ideal-socialista su maravillosa figura a quien pinta como el mejor presidente que tuvo México, un héroe nacional. No obstante, la historia de bronce, inculcada por medio de las aulas educativas, jamás nos permitió ver o analizar a Cárdenas a mayor profundidad, es decir, no nos dijeron ¿cómo llegó al poder? ¿cuáles eran sus influencias políticas? ¿cómo estructuralizó el Estado? ¿Cómo dejo al país tras su gestión presidencial? En cambio, solo nos relataron la historia de un hombre manso, protector del pueblo y de la soberanía nacional. Entonces, ¿Cómo era realmente el tata Cárdenas en la práctica política y sobre todo económica? Uno de los episodios más controvertidos de la historia de Yucatán fue en la década de los años 30.
Según Saravino Franco menciona:
Los peones y los jornaleros eran unos verdaderos obreros agrícolas que deseaban continuar ganando un salario, en vez de convertirse en campesinos. Sin embargo, el Estado revolucionario hizo a menudo caso omiso de esta aspiración, e intentó varias veces imponer un anacrónico regreso a la tierra y a formas colectivas de explotación de ésta, en contra del espíritu individualista que caracterizaba no sólo al peón sino también al campesino indígena. Carrillo Puerto, en los primeros años veinte, vio fracasar su reforma agraria por no haberse percatado de esto. Diez años más tarde, otros gobernantes incluyendo el presidente Cárdenas, volvieron a impulsar políticas que, si bien estaban dictadas por el anhelo de justicia social, se oponían a la idiosincrasia cultural de las poblaciones rurales. (Savarino, Franco, “Agrarismo, nacionalismo e intervención federal: Yucatán, 1937”, en Dimensión Antropológica, vol. 5, septiembre-diciembre, 1995, pp. 59-81).
Asimismo, Erick Eber Villanueva Mukul menciona que:
En 1937, en medio de la presión de varias huelgas y la ocupación de terrenos y planteles en haciendas henequeneras, el Gobierno Federal decidió intervenir con mayor energía en la actividad henequenera, mediante un decreto promulgado por el presidente Lázaro Cárdenas de Río, el 8 de agosto del mismo año, que afectó las haciendas henequeneras, creando los ejidos colectivos. El decreto legalizaba la constitución de 272 ejidos y la dotación de sus tierras, con una superficie aproximada de 178,000 hectáreas, de las cuales 117,415 correspondían a terrenos plantados con henequén. En abril de 1938 se creó “Henequeneros de Yucatán” y se inició la época conocida como del “Gran ejido”, llamada así porque los ejidos perdieron su categoría de unidades productivas y se integraron a una gran empresa colectiva, supuestamente para nivelar las diferencias de productividad y de ingresos entre los ejidos. De 1938 a 1955, el gobierno local actuó como gestor de la producción y de la comercialización. El año de 1955, fue de crisis para la economía de “Henequeneros” y algunos “vicios” se hicieron evidentes; afloraron las fallas técnicas, la corrupción fue un fenómeno abierto (las arcas de “Henequeneros” fueron presas del saqueo de los gerentes y funcionarios mayores), las protestas de los campesinos se hicieron más enérgicas y, finalmente, “Henequeneros de Yucatán” se declaró en quiebra. (Mukul, Erik, “El fin del oro verde: Conflicto social y movimiento campesino 1960-2008”. En Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria, agosto, 2009, pp. 50-51).
Nuevamente, Saravino Franco nos dice lo siguiente:
Lo que quedaba de la desgastada y desmoralizada clase emprendedora apeló al presidente Cárdenas para que desistiera de los repartos de henequenales, denunció como éstos hubieran completado el hundimiento de la agricultura comercial, y, por tanto, arrastrado a la miseria a miles de trabajadores. El 8 de agosto de 1937, la Asociación para la Defensa de la Industria Henequenera publicó un memorándum dirigido al presidente, que cinco días antes había llegado a la ciudad de Mérida. En este documento aclaraba cómo hasta 1930 las dotaciones ejidales de la zona henequenera sumaban 465 000 hectáreas, más que suficiente para las exigencias de 100.000 trabajadores, es decir, muchos más de los que existían en la zona. Luego se hacía una propuesta, en ocho puntos, para llegar a un compromiso que dejara en vida a la moribunda industria henequenera. Sin embargo, Cárdenas, que ya había tomado su decisión y recomendó a los propietarios “que se dediquen a nuevas actividades”, hizo caso omiso de toda solicitud y dio inicio al reparto agrario. Fue llevado a cabo de prisa por ingenieros foráneos y afectó 360 436 hectáreas, de las cuales 91 000 estaban sembradas con henequén. Los 272 ejidos colectivos que así se formaron, recibieron en su mayoría tierras inutilizables, sembradas con henequén demasiado viejo o joven y, sobre todo, no recibieron las maquinarias para procesar las fibras de henequén, las cuales quedaron, junto con 300 hectáreas de tierra, en manos de los viejos propietarios. El reparto agrario terminó, como se reconoce generalmente, en un rotundo fracaso desde el punto de vista técnico-económico, agravado al año siguiente por la formación de un único, enorme ejido, Henequeneros de Yucatán, controlado por el gobernador Canto Echeverría. (Savarino, Franco, “Agrarismo, nacionalismo e intervención federal: Yucatán, 1937”, en Dimensión Antropológica, vol. 5, septiembre-diciembre, 1995, pp. 59-81).
En conclusión, el proyecto socialista y agraria de Cárdenas no solo fue un rotundo fracaso, sino que, destruyó la economía henequenera de Yucatán, muchos perdieron su trabajo y su salario. Lázaro Cárdenas, en vez de atender las verdaderas necesidades de los yucatecos. Recíprocamente, destruyó la industria y dejó a su suerte a los particulares y a obreros del henequén a su suerte. A todo ello, históricamente se demuestra una vez más que el socialismo, en el ámbito económico, no es rentable, ni mucho menos trae prosperidad tanto a obreros como empresarios. Lázaro Cárdenas del Rio, venerado por socialistas solo ven parte del discurso social, pero las consecuencias de sus desastrosos actos políticos son omisas ante sus ojos. Asimismo, hablar mal del tata Cárdenas es sinónimo de traición u odio a la patria mexicana, aunque haya destruido la economía de Yucatán, la imagen de Lázaro Cárdenas dentro del imaginario colectivo es pilar fundamental para el discurso de izquierda en México.
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