Hubo un cambio radical –y muy rápido– generado por las modificaciones legales en materia de salud respecto a la prohibición de fumar/consumir tabaco en los espacios públicos. Podemos recordar con cierta claridad que hace no muchos años, era normal acudir a un restaurante, visitar oficinas o incluso viajar en avión y observar a fumadores de tabaco con cierta regularidad. Luego, al darse este cambio en el año de 2008, concretamente con la promulgación de la Ley General para el Control del Tabaco, en un lapso muy corto encontrar violaciones a esta ley era prácticamente imposible. ¿Qué fue lo que pasó con la sociedad? Cómo era posible que un país en el que constantemente se viola la ley, se cumplieran estas disposiciones en contra de los fumadores con una disciplina pocas veces vista en nuestro país. La respuesta no es fácil de explicar, pero es sencilla: Los ciudadanos se convirtieron en los primeros protectores de la ley.
Si a mí se me ocurriera hoy prender un cigarro en un restaurante o en una oficina, ¿quién sería el primero en exigirme que lo apagara? ¿el alcalde? ¿el personal de la alcaldía? ¿la policía? No, la inmensa mayoría de las veces sería la persona a mi lado, los padres de familia para proteger la salud de sus hijos presentes o algún ciudadano muy comprometido.
Considero que podemos destacar de esto el que somos los ciudadanos quienes tenemos la responsabilidad de cumplir con las leyes de convivencia básica que nos damos y que sí se puede generar una cultura de la legalidad; en un país como el nuestro, está claro que el gobierno no puede solo, necesita de la participación responsable de todos, por lo tanto, le pregunto a los lectores ¿en qué momento renunciamos a formar parte del estado? Porque lo somos, la población es un componente del estado.
Lo anterior, como todo en esta vida, requiere de criterio, ya que existen leyes que en ejercicio de la objeción de consciencia se deben rechazar, sin embargo, quiero aclarar que estas letras se refieren a esas leyes de convivencia cotidiana que el mexicano burla, viola o simplemente desacata, como las leyes de tránsito, tirar basura en la calle, respetar los lugares de estacionamiento para discapacitados, y demás que servirían de ejemplo.
Desde hace ya más de 3 décadas, pareciera que México es sinónimo internacional de inseguridad, criminalidad organizada, corrupción y estado ausente; yo de ninguna manera pretendo que el ciudadano promedio se enfrente personalmente con las organizaciones criminales mexicanas –que hoy son definidas por muchos organismos internacionales como las más poderosas del mundo–, sin embargo, si soy un firme creyente de que el desarrollo de una cultura de la legalidad en lo cotidiano fortalecería la base del estado y sus capacidades, lo que le permitiría enfrentar los retos de alto impacto como lo son el combate a la delincuencia organizada trasnacional.
En obvio, existen temas apremiantes que se deben de atender como lo es la desigualdad social, la pérdida de valores transcendentales que nos eran comunes –y de cierta forma nos daban cohesión social–, ya que esto ha generado una evolución dramática en la actividad criminal y la saña con la que se ejecutan las conductas delictivas, sin embargo, creo que el cambio cultural comienza en lo cotidiano, en el día a día, en el asumir responsabilidades inmediatas que nos permitan cortar el ciclo vicioso en el que nos hemos “metido” con nuestras autoridades y asumirnos como parte fundamental de la labor del estado.
Hay un sinfín de ejemplos que podríamos enunciar sobre nuestra convivencia y coexistencia con nuestras autoridades, desafortunadamente la gran mayoría de ellos son ejemplos de nuestro desdén e indiferencia.
En suma, yo creo que tenemos que empezar a obviar que un cambio cultural deberá de ir acompañado de una cultura social del cumplimiento de la ley y, cuando esta sea absurda, incumplible o con poco propósito, buscar el cambio de esta a través de los canales democráticos para ello. Se puede y se debe.
Por Santiago González
@santinogmx
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