Rebelión en la granja es el título de una de las obras más famosas del escritor británico George Orwell. De lectura rápida y fácil, esta fábula narra la historia de los animales de una granja que deciden sublevarse contra su dueño, en aras de lograr la libertad y la felicidad; esa rebelión, sin embargo, degenera rápidamente en un sistema de gobierno tiránico y brutal.
Al igual que la novela orwelliana, Nicaragua es otro triste caso de una revolución que terminó en una dictadura peor que la que combatió.
A finales de los 70, los guerrilleros sandinistas derrotaron a Anastasio Somoza, vetusto dictador que había sumido al país en la pobreza. “Adelante marchemos compañeros, avancemos a la revolución, nuestro pueblo es el dueño de su historia, arquitecto de su liberación”, cantaban los jóvenes encabezados por Daniel Ortega, quienes hicieron célebre el grito de “mejor que Somoza, cualquier cosa”.
El gobierno sandinista pronto se alineó con Cuba y con la Unión Soviética. Los problemas del país se acentuaron y una dictadura socialista se impuso, pero cayó gracias al voto popular tan sólo unos años después. En la década de los 90 se sucedieron gobiernos liberales y conservadores acusados de corrupción, los cuales permitieron el regreso en 2006 de Daniel Ortega.
A partir de entonces, Ortega emprendió un sistemático proceso de concentración de poder y se unió al bloque bolivariano, encabezado por la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Miles de nicaragüenses han sido asesinados por las Fuerzas Armadas, otros tantos están encarcelados o desterrados. En las elecciones presidenciales de 2021, Daniel Ortega se reeligió sin competencia, ya que siete precandidatos opositores fueron arrestados, dos más fueron inhabilitados y el resto se tuvieron que exiliar.
Hoy Nicaragua es una cruel tiranía.
La Iglesia católica es una de las instituciones que con más fuerza ha alzado la voz para denunciar las atrocidades del gobierno de Ortega, y por eso ha sido también de las más perseguidas. Hace unos meses, la administración orteguista expulsó al nuncio apostólico, Waldemar Stanislaw Sommertag, así como a las monjas de la congregación de la madre Teresa de Calcuta. Ha cerrado radiodifusoras católicas, profanado templos y encarcelado sacerdotes y seminaristas. Hace unos días, el gobierno detuvo a monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa, y lo mantiene preso en muy penosas condiciones.
Nicaragua es otro triste ejemplo de revoluciones que prometieron la felicidad colectiva, pero en la realidad construyeron infiernos terrenales, en donde el Estado se volvió todopoderoso y eliminó a los que consideró “traidores a la patria”. Pasó en Rusia, pasó en China, pasó en Cuba, pasó en Venezuela. No dejemos que pase en México.
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