Por supuesto que el uso de la palabra “todes” y, en general, el uso del sufijo “e” (elle, ere) en los diversos pronombres, debe ser tema de debate. Pareciese, pero no es estéril debatir estos temas, pues los sufijos son aportantes de un sentido gramatical para las palabras y, en consecuencia, estructuran su significado.
Por David Agustín Belgodere 27/06/2023
El lenguaje es tradición, es un elemento ( – el principal – ) para la transmisión del conocimiento y tiene una estrecha relación con nuestra cultura, pues, junto con nuestros rasgos antropológicos y filosóficos, es testigo de nuestro pasado y evolución y nos da señales de lo que puede ser nuestro devenir.
Dicho lo anterior, es refutable la aseveración (falaz) de algunos, relativa a que el uso de la palabra “todes” responde a un proceso evolutivo del lenguaje, pues el lenguaje evoluciona de manera espontánea. De no existir espontaneidad, por definición, no se puede hablar de evolución. En consecuencia, adherir de manera inducida un término al lenguaje, máxime si la motivación es ideológica, genera un proceso de deformación y no de evolución lingüística.
Por otro lado, en aras de la inclusión es innecesario este cambio lingüístico. La palabra todos, ya sea como pronombre indefinido o como adverbio, no cambia ni de género ni de número, siempre tiene la misma forma. O sea, es inclusiva por naturaleza. Para expresar lo anterior con mayor claridad, tomaré un texto de la cuenta de Twitter de la Real Academia de la Lengua (RAE), en el que dicha institución responde a una consulta, que dice: “El español ya tiene un mecanismo inclusivo: el uso del masculino gramatical, que, como término no marcado de la oposición de género, puede referirse a conjuntos formados por hombres y mujeres y, en contextos genéricos o inespecíficos, a personas de uno u otro sexo” (Fuente: Twitter @RAEInforma, del 19 julio de 2018, a las 6:43 horas).
El sentido ideológico del “todes”
Es bien sabido por todos que el planeta atraviesa por una enorme amenaza llamada “Ideología de Género”, definida por el P. Ronald La Barrera, Vice – Rector Académico del Centro de Formación CEBITEPAL, perteneciente al Consejo Episcopal latinoamericano y caribeño, como: “un sistema de pensamiento de carácter filosófico que interpreta la sexualidad y la afectividad humanas como un hecho puramente psicológico (preferencia y voluntad) y cultural, prescindiendo e incluso anulando toda influencia de la naturaleza en la conducta humana” (Fuente: Artículo “La Ideología de Género”, del autor citado, contenido en el website: www.celam.org/), misma que representa un cambio de paradigma muy peligroso, pues su fin es cambiar ( – acabar – ) la naturaleza del hombre.
Dicha definición no es una ficción y/o producto de una teoría de conspiración, pues autores como Butler (pionera de la Teoría Queer), Derrida (creador del concepto deconstrucción), Foucault (Estructuralista francés), feministas como Simone de Beauvoir (exponente del Existencialismo), Shulamith Firestone (exponente del Feminismo de Género), Kate Millet (escritora y promotora del Feminismo Radical), entre otros, han dejado muy claras sus intenciones de desnaturalizar al ser humano y crear un sistema basado en la concepción del “género” (concepto que antes de los 70´s solamente calificaba y clasificaba a las cosas y a los entes, no a las personas) como la asignación de significados culturales a lo relativo al espectro de la sexualidad, reduciendo lo natural a meramente el resultado de un contrato social impuesto por la figura masculina – heterosexual.
La prueba más clara y siniestra de esta corriente está expuesta en el libro “Manifiesto contrasexual” de Paul B. Preciado, máximo exponente de la Teoría Queer y de la Teoría de Género, al aseverar que “la contrasexualidad no es la creación de una nueva naturaleza, sino más bien el fin de la Naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros. La contrasexualidad es, en primer lugar, un análisis crítico de la diferencia de género y de sexo, producto del contrato social heterocentrado, cuyas performatividades normativas han sido inscritas en los cuerpos como verdades biológicas (Judith Butler, 2001).
En segundo lugar: la contrasexualidad apunta a sustituir este contrato social que denominamos Naturaleza por un contrato contrasexual. En el marco del contrato contrasexual, los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres sino como cuerpos hablantes, y reconocen a los otros como cuerpos hablantes” (PRECIADO, Paul B., Manifiesto contrasexual, Anagrama, 2002, p. 4).
En el proceso de construir la contrasexualidad, Paul B. Preciado establece que “cuando la contrasexualidad habla del sistema sexo/género como de un sistema de escritura o de los cuerpos como textos no propone, con ello, intervenciones políticas abstractas que se reducirían a variaciones de lenguaje. Los que desde su torre de marfil literaria reclaman a voz en grito la utilización de la barra en los pronombres personales (y/o), o predican la erradicación de las marcas de género en los sustantivos y los adjetivos reducen la textualidad y la escritura a sus residuos lingüísticos, olvidando las tecnologías de inscripción que las hacen posibles” (Idem. p.p 9 y 10), no menospreciando con esto la deformación lingüística, sino entendiéndola solamente como un primer paso en la lucha por aniquilar la visión moral de lo que él llama “sistema heterocentrado”. O sea, entiende útil la deformación lingüística, pero no suficiente para aquellos que persiguen los fines de la contrasexualidad. Por lo que propone derribar “tanto instituciones lingüísticas como médicas o domésticas que producen constantemente cuerpos – hombre y cuerpos – mujer” (Idem. p. 11).
En el capítulo relativo a los “Principios de la Sociedad Contrasexual”, Paul B. Preciado demanda la abolición de las categorías biológicas (hombre y mujer), la abolición del matrimonio, la “resexualización del ano”, relaciones sexuales contractuales y de corta duración, la abolición de la reproducción humana, operaciones de “cambio de sexo” financiadas por el Estado, la abolición de la familia nuclear, la exploración de nuevas “técnicas sexuales” (Idem. p.p 22 a 89), entre otras atrocidades que violentan nuestras creencias, tradiciones e instituciones y obstaculizan la perpetuación de la especie misma.
Conclusiones:
Primera: El hoy llamado “lenguaje inclusivo” es la primera etapa de un proceso de deformación lingüística, por medio del cual la Ideología de Género busca imponer nuevas ideas y conceptos, sobre todo de carácter ontológico y moral, con el fin normalizar la desnaturalización del hombre.
Segunda: El lenguaje es primordial en el proceso de entendimiento de la realidad, por ende, es la base de la educación. Su modificación inducida puede cambiar el sentido gramatical de las palabras y, en algunos casos, hasta su significado; o sea, en la lógica de que educar es clarificar conceptos, al cambiar el significado de las palabras, pueden nacer nuevos conceptos y, en consecuencia, influir en la educación que hoy se imparte en nuestra Sociedad Occidental.
Tercera: Desnaturalizar al hombre es acabar con él. Por lo que es fundamental entender que el principal valor (el primigenio) que tenemos como humanidad es: La preservación de la especie misma, por lo que debemos oponernos y enfrentarnos a todo aquello que busque nuestra destrucción.
Cuarta: El “todes” abona al proceso de derribo de las instituciones lingüísticas de nuestra sociedad, lo que permite el avance de otros procesos que buscan derribar diversas instituciones todavía más importantes que el lenguaje para nuestra subsistencia y preservación.
En consecuencia me limitaré a decir dos cosas: 1. No hay lucha pequeña, cuando de defender nuestra moral común y a la especie humana se trata, y, 2. El “todes” no existe y debemos abolir su uso.
David Agustín Belgodere
f. /AgustinBelgodereBogus
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